Cada solsticio de verano a las cinco de la tarde pasadas, el sol de poniente proyecta sus rayos a través del rosetón de la fachada de la Basílica Catedral de Bari. Una visión particularmente onírica de incienso humeante que a contraluz se ve ondular con el gracioso movimiento de mujeres ataviadas de musas que celebran el evento cósmico. Más sugestivo el conjunto cuando el mismo sol se posa en perfecta correspondencia con el mosaico dibujado en el piso del presbiterio.

Dice la leyenda que a fines del medioevo y luego de la última reconstrucción de la iglesia, a partir del S. XIV algunos ciudadanos de Bari comenzaron a practicar en secreto un culto pagano ancestral dedicado al sol. Esto no habría sido bien visto por la curia local y a propósito de destructivos terremotos, en el ‘700 se decidió cambiar por una ventana rococó más en línea con el estilo del momento. A principios del S. XX y con ocasión de una profunda restauración de las iglesias románicas de Puglia, ellas vuelven a su fisonomía original y la catedral de Bari ve regresar su antigua fachada aprovechando la plástica cornisa de figuras antropomorfas sobrevivientes al flagelo del tiempo.

Con el nuevo mileno y sin los temores medievales de ayer, hoy en día cada verano es celebrado en la catedral de Bari con una sugestiva puesta en escena a la que toman parte artistas y miembros del clero, dando una luminosa y colorida bienvenida al sol que se proyecta en perfecta línea entre ambos rosetones, como lo fuera desde antaño cuando los constructores de catedrales jugaban en precario equilibrio entre la devoción y el ocultismo.