
Con la caída del Imperio Romano no se volvió a hablar de emperadores en Europa hasta la llegada de Carlomagno a principios del siglo IX; famoso por asociar el noble título a la investidura papal y la sujeción del cargo a los designios de la Santa Sede, en adelante llamado «Sacro Imperio Romano Germánico». Otro Carlos, esta vez numerado como Quinto (Carlos I de España) pasó a la historia como mandamás de un imperio en el que «nunca se ponía el sol», puesto que sus dominios abarcaban Europa, América y Asia. Al primero de estos Carlos le tocó lidiar con una Europa en formación, mientras que al segundo, una en expansión. Entre ambos personajes y en un continente en plena reafirmación y transformación, hubo un emperador no muy conocido, pero que jugó un papel preponderante en momentos decisivos de la convulsionada historia europea y occidental del S. XIII y cuyo legado en cualquier modo perdura hasta el día de hoy.


Federico II Hohenstaufen (Jesi, 1194 – Castel Fiorentino, 1250) era hijo de Constanza y Enrique, princesa normanda ella y emperador germánico él. Huérfano de padre y madre siendo muy pequeño, creció bajo la tutela del Papa Inocencio III, aunque en realidad bastante autónomo en la corte multicultural del Reino de Sicilia, rodeado de árabes, teutones, griegos-bizantinos, itálicos y hebreos. Políglota, se dice hablaba alemán, latín, italiano vulgar, griego y árabe. Curioso intelectual profundizó en filosofía, matemáticas, zoología y derecho. Fundó la Universidad de Nápoles y la Escuela Poética Siciliana, cuna del italiano transregional y moderno. Fue autor del «De Arte Venandi Cum Avibus», un manual de cetrería y taxonomía ornitológica. «Stupor Mundi» (asombro del mundo) para la gente de su tiempo; «anticristo» para el Papa Gregorio IX; «amigo» para le sultán Al-Kamel; «puer apuliae» (niño meridional) para los potentes del norte italiano. Amante de la paz y del respeto por las culturas y las religiones, entró a Jerusalén en marzo de 1229 sin derramamiento de sangre; excomulgado por el Papa se coronó solo, simbólicamente, como rey en Tierra Santa. Para la ocasión Shams al-Din, cadí de Nablú, le entregó las llaves de la ciudad y lo condujo a través de ella. El 1231 promulgó la constitución imperial «Liber Augustalis» adoptando un modelo de derecho romano que distanció el imperio del vínculo eclesiástico predominante e introdujo novedades en materia de administración civil, becas educacionales y normas de titulación, medidas de protección medioambiental, derechos y deberes ciudadanos y en jurisdicción penal; un precursor de la administración moderna para los estados occidentales. Después del saqueo cruzado de Constantinopla en 1204 acogió en su corte personajes, artistas e intelectuales que, asentados en tierras itálicas, dieron gran impulso al desarrollo de las ciencias y el arte de la época, sembrando la semilla que años más tarde germinará como «Renacimiento».


Habiendo heredado de sus ancestros normandos una vasta red de castillos y palacios en el amplio Reino de Sicilia y no solo, aún hoy es posible respirar los aires imperiales y seguir las huellas de este gigante personaje medieval en sus castillos de Apulia y Basilicata: en Bari*, Barletta*, Bisceglie, Brindisi, Monte Sant’Angelo, Sannicandro de Bari, Lagopesole, Melfi*, Gioia del Colle*, Oria, Trani* y Vieste; en las ruinas de Castelpagano, Gravina in Puglia y Garagnone, como en la fortaleza de Lucera*. Aunque para mejor comprender su personalidad y pasiones, se recomienda visitar Castel del Monte*, Patrimonio de la Humanidad de Unesco desde 1996.


(*: visitables)
Foto de Federico II: Pubblico dominio, https://commons.wikimedia.org/w/index.php?curid=443120
Fotos de castillos: Rodrigo Torres